Bajo el título “El diálogo socrático: la herramienta para las empresas responsables”, Sira Abenoza empezó hablando de la Responsabilidad Social, un concepto que también establece que “un directivo responsable es aquel que dialoga con su entorno y con los grupos de interés”, pero a la hora de la verdad muchos directivos “son incapaces de llevarlo a cabo e implementarlo” –el diálogo. Según Abenoza, el problema “no es que no entendieran el sentido –de dialogar–, sino que no sabían cómo hacerlo”. Y añadió que hay muchos ejemplos, como en la política o en la comunicación; ámbitos en los que “vemos muchos debates, monólogos, exabruptos, pero vemos poco diálogo”. Es decir, “en general nos cuesta dialogar”, sentenció.
A partir de esta constatación, Sira Abenoza se interesó por averiguar de dónde venía esa falta de diálogo e investigó en la filosofía política “qué idea del hombre había habido a lo largo de la historia que podía haber alimentado de alguna forma la idea de ciudadanía o de persona que se desvincula de los demás”. Fue así como esta experta en ética empresarial dio con el “fundador de la filosofía política moderna: Thomas Hobbs, que decía que el hombre es un lobo para el hombre”. Hobbs aseveraba que “teníamos que imaginarnos al ser humano como una seta, como un hongo, que había crecido de la nada en medio de la tierra”. Hobbs veía al ser humano “como un ser individualista, competitivo y movido por tres pasiones: la competencia, la desconfianza y la gloria”. Esta idea fue desarrollada a lo largo de la historia por otros filósofos y economistas como por ejemplo Friedrich Hayek que, en una conferencia sobre los fundamentos éticos de una sociedad libre, decía que “si hemos logrado que el mundo progrese y evolucione ha sido gracias a que el ser humano ha abandonado dos sentimientos: el del altruismo y el de la búsqueda de metas conjuntas”. En palabras de Abenoza, “si tenemos esta idea sobre el ser humano, ¿cómo vamos a tener incentivos dialogar?”.
Estas ideas y sentencias filosóficas sobre el ser humano –que no convencían ni gustaban a la invitada–, llevaron a Sira Abenoza a inspirarse en otros filósofos más clásicos y antiguos, como por ejemplo Aristóteles; un erudito que a diferencia de Hobbs “creía que el hombre es un ser social”, es decir, “que crece y florece junto con otras personas” –y aquí hizo un símil con el encuentro mensual de los socios del club. Añadió que “el poder compartir con otros es lo que nos hace ser felices y poder crecer”. Aristóteles también decía que “el hombre es un cerdo atado al lenguaje”, aseveración que significa que “si al hombre le quitamos el lenguaje, se queda en cerdo.
Sira Abenoza introdujo aquí el pensamiento de otro filósofo, Hans-Georg Gadamer, para quien “el lenguaje sólo se despliega en el diálogo”, sentencia que relacionándola con la de Aristóteles llevó a la profesora de Esade a confirmar que “el hombre sólo deja de ser cerdo cuando dialoga” y que “si yo no dialogo, me quedo en cerdo”. Además, para Abenoza “si yo no permito a alguien dialogar, si no le invito a la mesa de los humanos que dialogan, le estoy dejando en...”. Es decir “cuando impedimos que alguien se exprese a través del lenguaje, le estamos tratando como a un animal”.
Sira Abenoza continuó poniendo de manifiesto que el ser humano “entendido como un ser social que crece en comunidad y que expresa su humanidad a través del diálogo”, es un ser que, a su vez, “necesita, para estar bien, ser reconocido por los demás. Y ser reconocido en tres formas, según la teoría de Hegel, “en primera instancia, en el plano del amor, que es el facilitado por la familia y los amigos más cercanos, que nos dan el año incondicional”. En un segundo nivel “necesitamos que nos reconozcan en el plano del derecho”, es decir “como iguales e igualmente merecedores de derechos que los demás” porque “si no nos reconocen, nos vamos a quejar”. Y el tercer plano “es el de la singularidad dado que “todos también necesitamos ser reconocidos como seres únicos porque no somos productos de fábrica que podamos reemplazar, sino que todos somos distintos”. Por todo ello, “estos tres niveles, y especialmente el tercero, sólo se los podemos garantizar a la otras personas si les permitimos dialogar”.
Para Sira Abenoza, todas estas ideas filosóficas ayudan a ver que “es muy importante que cada uno, en nuestro día a día y en el ejercicio de nuestra profesión, incorporemos esa preocupación”; primero la egoísta, es decir, “cómo yo, en el desempeño de mi profesión, puedo expresarme en mi humanidad y en mi singularidad, manifestando y diciendo aquello que pienso”. Pero, dirigiéndose a los presentes, añadió que en tanto que directivos, una función primordial que deben asumir es la de “promover y facilitar que todos aquellos que están en mi entorno puedan, a su vez, expresar su humanidad” porque “pueden tener ideas que son únicas y que nadie más nos puede dar”; hay que “aprovecharlas como fuente de innovación en cualquier proyecto que estemos trabajando”, indicó.
Sira Abenoza finalizó diciendo que lo expuesto por ella “puede parecer una idea muy sencilla y de sentido común” pero, si se analiza bien “hoy en día brilla por su ausencia”, porque “andamos muy movidos por las prisas, muy acostumbrados a trabajar por inercia y a tomar decisiones” sobre las que seguramente “no nos hemos dado el tiempo para preguntarnos a nosotros mismos ni a los demás”. Por todo ello, alentó a los presentes a “intentar tener momentos de pausa en el día a día” con la intención puesta en que, antes de tomar una decisión y realizar acciones por inercia, “dar espacio a los demás e invitarles a la mesa de los humanos” con el fin último de “darnos a nosotros mismos la oportunidad para expresar quienes somos”.